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Del bienestar y la felicidad en los animales domésticos

El pasado 8 de abril La Contra de La Vanguardia publicaba una entrevista con Carlos Piñeiro, en cuyo título se podía leer «Un animal hoy sufre menos en una granja que en libertad». La frase nos resultó tan chocante que decidimos escribir una réplica, cuyo contenido íntegro reproducimos en esta entrada, y cuyas ideas principales recoge la propia Vanguardia en un artículo de opinión publicado el pasado domingo 21 de abril.

¿Son más felices los animales estabulados?

Los animales criados en sistemas de pastoreo y ganadería extensiva están más sanos, viven mejor y tienen menos estrés que los animales estabulados en grandes instalaciones de producción. Existen numerosas investigaciones científicas que desmontan el argumento de la industria de que las condiciones de las granjas intensivas aumentan la felicidad de los animales de cría.

A muchas de las personas que defendemos el pastoreo y la ganadería al aire libre sobre espacios naturales y praderas, nos toca debatir con frecuencia sobre temas polémicos y muy complejos, como la posición de grupos veganos y animalistas, determinadas posiciones ecologistas, los incendios, la relación con las especies salvajes y los ataques de los depredadores, las enfermedades trasmisibles al hombre, la economía local, las normativas agrarias, la supervivencia de los pueblos y muchos más. En estas discusiones, con frecuencia, recurrimos a algunos argumentos que se refieren a nuestra relación con los animales domésticos, por ejemplo, que los animales no son iguales a las personas, ni iguales entre sí, que tienen necesidades distintas, que la muerte es parte de la vida y todos comemos y somos comidos, que los alimentos de origen animal son importantes para el ser humano y que juntos, animales y personas, hemos ido construyendo (y cambiando) el mundo en el que vivimos.

Por eso recibimos con bastante incredulidad que los mismos argumentos se puedan utilizar, para defender la ganadería más intensiva. Resulta chocante que las granjas industriales, esas que reúnen a miles de animales en un recinto cerrado donde nunca entra el sol, que recurren a los antibióticos para prevenir las dolencias de los animales (provocando resistencias que amenazan nuestra propia salud, tal y como advierten ya desde las organizaciones internacionales de salud) y que acumulan grandes cantidades de purines que contaminan las aguas, los suelos y el aire, se puedan defender bajo la excusa de que los animales “sufren” menos encerrados que cuando están en libertad. Aparte de que también podríamos hablar del impacto social y económico de la ganadería industrial, de su peligrosa dependencia del negocio agrícola globalizado (desde la producción de piensos basada en el comercio a larga distancia a la maquinaria pesada, el petróleo y los agroquímicos), de que apenas generan empleo o lo hacen en condiciones extremadamente precarias y de que son parte del problema de abandono de nuestros pueblos. Quizá una granja extensiva no sea lo mismo que crecer en libertad, pero podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que está mucho más cerca que este tipo de instalaciones.

En principio, podría parecer difícil argumentar si un cerdo o una vacan sufren menos en una granja intensiva que en una extensiva, porque no podemos comunicarnos con ellos como lo hacemos con las personas. Por mucho que el cerdo se acerque para comer de la mano del ganadero, la extrapolación es, cuanto menos, aventurada. No obstante, hay algunos criterios científicos útiles, por ejemplo, los niveles de una hormona llamada cortisol que se utilizan como indicadores de estrés para poder medir el bienestar de los animales. Y, por supuesto, debería llamarnos la atención el enorme esfuerzo que se realiza en investigación para reducir el nivel de estrés de las explotaciones intensivas. La cría industrial de cerdos recibe millones de euros[1] para detectar a los animales más estresados o más agresivos (a consecuencia del encierro y la masificación) y poder «eliminarlos» lo antes posible de la fase de engorde. Y ya hemos mencionado el uso sistemático de antibióticos (a pesar del riesgo sanitario que suponen), directamente relacionado con el estrés y la inmunodepresión generada por la intensificación y concentración de los animales. En cambio, ¿a quién se le ocurriría plantear una investigación similar para reducir el nivel de estrés de un cerdo en una dehesa?

No nos equivoquemos, la ganadería industrial es un modelo de negocio donde lo que realmente importa son los costes y el rendimiento. Y la normativa de protección y bienestar animal viene impuesta por la presión social y se cumple a regañadientes, y siempre presionando en contra de las demandas de la sociedad. Si su objetivo fuera producir sin estrés la normativa en bienestar animal simplemente no sería necesaria, porque se cumpliría sola. Y estamos muy lejos de ese escenario.

Y no podemos cerrar este comentario sin aludir, aunque sea de manera muy rápida, a otros aspectos que también se relacionan con el bienestar de los animales, como el uso de razas tradicionales y rústicas, seleccionadas por su adaptación al medio en el que viven, que, además de generar cultura y paisaje, producen carne con más proporción de ácidos grasos insaturados-poliinsaturados y más infiltración de grasa intramuscular. Es decir, mejores carnes, más saludables y con mejores cualidades organolépticas.

Hay otro argumento más, que proponemos desde nuestra plataforma. Las personas también somos animales, y necesitamos estar en contacto con la naturaleza, tanto para cuidar nuestra salud y nuestro bienestar, como para reducir nuestros niveles de estrés. Por eso creemos que esta misma receta se debe aplicar a la cría de animales. Así que invitamos a cualquier persona que lo desee, a que venga a una de nuestras granjas y durante un mes disfrute de la brisa fresca de la mañana, pasee entre bosques, prados y vaguadas, se nutra de alimentos de calidad, con todo su contenido nutricional y abra sus sentidos a todo lo que estos territorios le ofrecen. Le animamos a que se ponga en los pies del ganadero o ganadera y atienda cada día a los animales y después nos transmita su visión sobre el bienestar animal.


[1] Por ejemplo, los proyectos FEED-A-GENE, para mejora la adaptación a la intensificación en animales monogástricos, financiado con 9 millones de €, o la convocatoria europea SFS11 para buscar alternativas a los antibióticos en estos animales.

Este artículo está firmado por la Plataforma por la Ganadería Extensiva y el Pastoralismo, como réplica a la entrevista a Carlos Piñeiro, publicada el pasado 8 de abril de 2019 en la Contra de La Vanguardia. El texto ha sido elaborado por Mónica Fernández, Elsa Varela, Xuan Valladares y Pedro M. Herrera con la colaboración de otras personas de la Plataforma.

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