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Algunas reflexiones sobre las aportaciones tangibles e intangibles de las razas de ganado locales

Hace aproPORCO GALEGOximadamente 10.000 años se domesticaron los primeros animales en Asia Occidental. A partir de ese momento, la selección humana de las diferentes especies dio lugar a miles de razas, adaptadas a un territorio y a unos pueblos concretos y que generaron a su vez un extraordinario patrimonio ambiental (bosques manejados, pastizales, caminos, bebederos) y cultural (arquitecturas, cierres, herramientas, saberes, palabras).

La península ibérica aloja a un número muy elevado de razas ganaderas locales, aunque la mayoría tienen poblaciones muy escasas y son grandes desconocidas para una sociedad cada día más alejada de la tierra y más dependiente de la tecnología. Incluso menos conocidas que los osos o los lobos, o que los leones y cebras que puede ver en los documentales de la televisión.

En el momento actual, estos animales domésticos en peligro son muy importantes ante el cambio climático, para el aprovechamiento de recursos renovables y la soberanía alimentaria o para la prevención de incendios forestales. Son forjadores de identidad, singularizan comarcas y espacios naturales frente a sus vecinos, son un freno al abandono rural y la extensión del matorral que cubre caminos, pastizales, cultivos y topónimos. Son recursos turísticos importantes para conocer, degustar y participar en actividades todavía con cierta épica.

ASNO FUERTEVENTURA_1Además, nos ofrecen servicios intangibles más sutiles: belleza y emoción; vínculos entre las personas y el lugar donde viven, entre desarrollo y conservación; permiten acceder al territorio tanto física como intelectualmente; son motivo de orgullo; recursos educativos e interpretativos; mantienen paisajes humanos y apreciados.

Con todos estos argumentos, deben ser protagonistas urgentemente de proyectos de gestión territorial responsables, coherentes, baratos y donde el vecindario participe en las decisiones, que deben coincidir en gran parte con sus intereses económicos.

Para lograrlo se debe apoyar un modelo que equilibre el patrimonio genético, natural y cultural asociado a cada raza local, con la calidad de vida de los ganaderos y la rentabilidad de las explotaciones, buscando la compatibilización de tradición y modernización.

En realidad, cada raza local de vaca, oveja o cabra es la parte visible de un triángulo formado por el propio animal, el ganadero que lo custodia (con todo el cúmulo de conocimientos, técnicas y palabras que atesora) y el medio natural y cultural que los ha modelado, que han ayudado a crear y que mantienen. Esta característica aumenta considerablemente su interés y dificulta su gestión, que se debe abordar desde diferentes disciplinas; lo que supone coordinación; por desgracia, poco utilizada en todo tipo de ámbitos.

CABRAS BADILLALos ganaderos son la base para que este sistema se mantenga, pues es muy complicado para la administración o las ONG conservar a estas razas en su hábitat sin personas que sepan manejarlas y que vivan de ellas. Cuando desaparecen los colectivos ganaderos de un territorio es muy difícil recuperar su modelo de ganadería extensiva, tras la pérdida de pastizales, caminos o conocimientos, lo que convierte esta reivindicación en una carrera contrarreloj.

La preservación de recursos genéticos (semen, embriones) o ejemplares en centros de conservación no debe servir de excusa para dejar perder todo el patrimonio humano, ambiental, cultural, socioeconómico, identitario, emocional, etc. que comporta cada raza.

OLYMPUS DIGITAL CAMERARazas, productos, actividades, celebraciones o construcciones aportan identidad y singularizan el territorio, diferenciándolo de otros espacios ibéricos, pudiendo convertirse en su imagen de marca. En este sentido, la selección humana de cada especie domesticada ha creado un catálogo inmenso de variaciones morfológicas de la silvestre de la que proceden (tamaños, colores, longitud del pelo o de los cuernos, actitudes, costumbres, etc.).

Unido a las iniciativas actuales de recuperación de especies de herbívoros extinguidas (por ejemplo, la suelta de bisontes o caballos salvajes en diferentes lugares de Europa), creo que merece la pena hacer un esfuerzo por intentar que no desaparezcan cientos de razas locales, sus ganaderos y el patrimonio que han generado, con toda su diversidad ambiental y cultural y su capacidad para singularizar espacios geográficos. Ambas acciones no son incompatibles ni mucho menos, aunque la segunda opción es quizá menos atractiva pero más interesante para el medio rural-natural.

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Victor Casas, fundación  e n t r e t a n t o s

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